lunes, 1 de agosto de 2011

133 Noche de guardia

Ayer mi mujer se acostó a las nueve y media de la noche para descansar un rato. Yo quise dejarla dormir lo más posible, así que decidí hacerme cargo de la niña. La cambié y me puse a darle un biberón de leche que se había sacado mi mujer. Cuando se lo tomó, me puse a desfilar por el pasillo con paso militar y ella en el hombro como un fusil, hasta que disparó sus eructos. A continuación esperaba que se durmiese y después quería aprovechar para darle un masaje a mi mujer, que se había quedado completamente dormida. Cerré la puerta de la habitación y la dejé que continuase descansando.
Pero la niña seguía inquieta. Probé meterle un dedo en la boca para ver si tenía más hambre y efectivamente lo cogió con la misma ansia con la que se agarra al pezón. Así que para dejar a mi mujer descansar un poco más, decidí prepararle un biberón que pronto empezó a succionar con avidez, pero intercalando momentos de descanso con los que ella misma rechazaba el biberón y yo aprovechaba para tratar de hacer que eructase, pensando que poco después llegaría la calma y finalmente se quedaría dormida.
Por el momento yo no tenía sueño y pensaba que podría aguantar mucho más, pero el reloj fue dejando pasar los minutos y las horas y ahí seguía la niña queriendo biberón. Descansando un poco y retomando nuevamente el biberón. No podía ser que tuviese tanta hambre. ¿Acaso no iba a saciarse?. El sueño y la desesperación empezó a apoderarse de mí, hasta que finalmente, hacia las dos de la noche, pareció caer rendida al sueño y así, con ella sobre mi pecho, me acosté en el sofá. Estuve descansando un rato sin llegar a entrar en el sueño, atento a los sonidos de la noche y la respiración de la niña. Oí que alguien intentaba meter las llaves en la cerradura de la puerta. No quise alarmarme y seguí escuchando. Posiblemente algún vecino en estado de embriaguez se había equivocado de puerta. Pronto volvió la calma, pero yo no podía conciliar el sueño. Hacia las tres y media oí los pasos de mi mujer saliendo de la habitación. Se acercó al sofá palpandose unos pechos que debían estar a rebosar. En la oscuridad por la que entraba una ténue luz de la calle ella no pudo ver mis ojos abiertos y yo tampoco dije nada, así que se volvió a la habitación y oí cómo empezaba a hacer uso del sacaleches. Cerca de las cuatro y media, la niña volvió a despertarse y me dispuse a coger un nuevo biberón de la leche que se había sacado mi mujer y así dejarla descansar durante toda la noche, pero oyó nuestros pasos reclamó ya a la niña, que no tardo en cogerse al pecho y succionar la leche que pudiese quedarle.
Y así nos quedamos los tres en la cama sin acabarnos de dormir hasta que a las siete y media de la mañana decidí coger la bici para dar una vuelta con unos amigos con los que había quedado la tarde anterior.
Casi no pude pedalear pero conseguí dar una buena vuelta y llegar a casa lo suficientemente cansado y relajado para dormir una buena siesta.
Pensé que quizá podíamos hacer turnos una noche cada uno y así por lo menos el otro podía descansar.

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