viernes, 26 de agosto de 2011

147 Amor de madre

Es sorprendente la actitud de una madre hacia su hijo. Dicen que se contrae un sufrimiento o una inquietud constante para toda la vida. Teniéndolo de bebé, apenas duerme, estando siempre alerta por si este tose, llora, se despierta, vomita… Se levanta cada poco tiempo para darle pecho. Lo da todo por él, aunque pasen los años. Desde el momento el nacimiento, o incluso antes, parece crearse ya un vínculo irrompible, que se alimenta con el amamantamiento y ver los progresos que hace cada día.

Y mi mujer que no quería tener hijos… Que decía que aunque la madre los traiga al mundo, no son de su propiedad y únicamente contrae la gran responsabilidad de educarlo, de hacerlo autónomo e independiente, para tarde o temprano, que este haga su vida fuera del nido materno.

Ahora parece que todo haya cambiado por completo. A veces resulta curioso observarla mirando atentamente la cuna, como esperando con ganas que el bebé se despierte de hambre o por pura morriña, para enseguida acudir a consolarle o darle el pecho. No es capaz de oírlo llorar ni tan sólo durante unos segundos. Está como hechizada como un niño con un juguete nuevo. Todo son buenas y dulces palabras para él. Le canta para que se duerma mientras lo pasea en brazos. ¡Es una madre fantástica y dulce!

Pero parece que ya no queda nada para mí, que al fin y al cabo, me encontró y me recogió de la calle, en cambio, el bebé es fruto de sus entrañas. ¿Puedo aceptar esta nueva vida con resignación, como si no hubiese nada más, dejando marchitar la pasión para ser un aburrido matrimonio más?.

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