Hace
poco acudimos a la segunda visita del ginecólogo de la sanidad
pública. “¡A ver quién nos toca!” Y era una chica joven…
Bueno, a ver qué tal. Arranca el ecógrafo…
- Nos han dicho que era pronto, pero que podía ser…
- Así es.
Ya
no hubo más palabras. Todo era atizarle al aparato para tratar de
hacer que el feto se moviese y poder ver lo que ella necesitaba ver,
porque nosotros no vimos más que unas sombras, entre las que quizá
podíamos adivinar una mano, las costillas… Todo con ayuda de la
imaginación.
- Me
estás haciendo daño –le dijo mi mujer.
- Si,
es normal. Yo no sé qué tenéis ahí, pero a todas os duele.
¡Ay,
coño!, ¿no será que está embarazada?, me pregunto yo para mi
asombro ante este trato más propio de un insensible hombre. ¡Para
que digan! De todas las visitas a ginecólogos que hemos ido, todos
ellos hombres, han tenido mucho más tacto y sensibilidad que esta
joven mujer. ¡Menos mal que no hemos ido a una consulta privada de
esta mujer!
Total,
que no ha visto lo que quería y nos ha hecho salir de la consulta
para ver si pasado un rato puede repetir la ecografía. Yo ya no
entré porque la otra criatura no aguantaba más y quería ir al
parque.
No hay comentarios:
Publicar un comentario