domingo, 30 de enero de 2011

054 En la polinesia

Pasadas estas dos últimas semanas tras las que parece que por fin tengo algo más de tiempo, vuelvo a pensar en el sexo, pero mi vida sexual me resulta triste. Parezco el marido de una de esas tribus que aún existen en la polinesia en las que tan pronto se sabe que la mujer está embarazada, se suspende toda actividad sexual, en algunas de ellas incluso hasta que el niño ha alcanzado los tres años de edad. ¡Para suicidarse o pedir el divorcio!.
¡Se le va a quedar soldada y después no podrá nacer el bebé!. Es lógico que pueda sentir un gran dolor en el parto, ¡si tiene el canal completamente cerrado!. ¡Habrá que hacer un gran estropicio para salir de ahí dentro!.
Para mí es una de las mayores muestras de egoísmo, pero es lo que siento y me frustra enormemente carecer de estas satisfacciones que me produce la sexualidad, así, de cuajo. Comprendo su estado, que puede que no sienta ningún interés, que tenga molestias, pero ello no implica que no se acuerde para nada de mí, dado que con alguna pequeña estimulación o muestra de un atisbo de interés, aunque sea simulado, yo ya me conformo y tendría suficiente para satisfacerme. No pido clavarle mi daga entre sus entrañas, sino tan sólo lo necesario para que yo sienta que estoy ahí, que también tengo mis deseos y necesidades y estas pueden satisfacerse por otras vías.
Después de todo, posiblemente, lo que más me disgusta, es que yo le exprese esto y todo quede en la más absoluta indiferencia. Y si ahora la cosa está así, no quiero ni imaginarme cuando nazca el bebé.

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